sábado, 5 de abril de 2014

PADRES Y PROFESORES, ALIADOS EDUCATIVOS

DAVID DE LA OLIVA GRANIZO

* Artículo publicado en Revista Multiversidad Managment


    
    Bronfenbrenner, uno de es los grandes psicólogos estadounidenses del siglo XX, decía que todo lo que necesita un niño que alguien esté loco por él. Con esto, no se refería a que un niño necesita una sola persona, sino que un niño requiere, al menos, de una persona que luche por su desarrollo y aprendizaje en este complejo mundo de micro, meso, exo y macrosistemas.

  ¿Qué significan esos términos? Microsistemas son, por ejemplo, la familia y la escuela; los mesosistemas están constituidos por las relaciones entre esos microsistemas, un mesosistema sería cómo afecta el nivel cultural de los padres en el desempeño escolar de sus hijos. Los exosistemas son, por otro lado, la iglesia del barrio o localidad, su centro deportivo, etc. Por último, los macrosistemas están compuestos por los valores, las normas de un país concreto como México, la política, y un largo etcétera.

 Todos estos sistemas se relacionan y se modifican entre sí. Por ejemplo, un padre puede quejarse por el trato discriminatorio dado en una escuela a su hijo con discapacidad. Esto puede llevar a la escuela a replantearse su organización. Un periódico puede interesarse en esos cambios y publicar una noticia sobre los mismos. Un ministro de educación puede leer el periódico y pensar en generalizar esos cambios a todas las escuelas del país. Por supuesto, a veces los cambios son mucho más pequeños, pero les puedo asegurar que siempre se producen. Claro, estos cambios pueden ser positivos o negativos. De aquí podemos llegar a la idea de los encuentros y los “desencuentros”, es decir, la colaboración y los conflictos dentro de la escuela y con relación a los padres.

  Empezaremos hablando de la relación escuela-padres. La familia y la escuela son los contextos de desarrollo y de aprendizaje más importantes para niños y adolescentes, aunque hay muchos otros. Por citar dos actuales: la televisión e internet. No obstante, siendo la familia y la escuela los dos contextos más importantes, la colaboración entre ellos suele ser a veces distante o conflictiva como muestran algunas investigaciones.

  Por citar una investigación propia realizada en un estado de México que se mantiene en anonimato por razones de confidencialidad, se preguntó a 384 miembros de Equipos Psicopedagógicos públicos (USAER), externos a las escuelas pero que las apoyan, cuáles eran sus principales dificultades para realizar su trabajo. La mayoría de estos profesionales (psicólogos, trabajadores sociales, expertos en Educación Especial entre otros) respondió que el bajo compromiso y participación de los padres para apoyar las dificultades de sus hijos. Pero también señalaron que otra dificultad era el bajo compromiso y participación de directores, supervisores y docentes de las escuelas para apoyarles en su trabajo. ¿Qué está sucediendo entonces? ¿cómo son nuestras escuelas?

  En esta misma encuesta, se preguntó a estos equipos, qué tipo de cultura predomina en las instituciones educativas con las que trabajan. Como se puede ver en el cuadro, solo un 44 % respondió que colaborativa, señalando el resto que los centros con los que trabajan tiene una cultura de tipo dictatorial (40,1 %) y en menor medida, individualista (no hay colaboración) o de grupos enfrentados. Incluso podríamos decir que estos datos son optimistas, pues la encuesta fue aplicada desde la Dirección General de Educación Especial de ese estado y esto puede hacer que aumentara el sesgo de deseabilidad social, es decir, contestar para quedar bien y no lo que en realidad pasa.





Las cosas han cambiado mucho en este campo, no hay que olvidar que hasta el siglo XIX, la mayoría de los niños y adolescentes sólo se desarrollaban en contextos familiares y laborales, pues la escuela era sólo para unos pocos. En esas escuelas para niños ricos, los padres eran los que contrataban a los maestros, decidían el currículum (el contenido y forma de enseñanza) y establecían el calendario escolar. ¡Imaginen si tenían poder los padres de entonces! Pero a partir de principios del siglo XX, surge la escuela universal, gratuita y obligatoria, comenzando la especialización de la docencia y el comienzo de un distanciamiento entre familia y escuela.

 Algunos autores como Connors y Espstein (1995), han denominado a esto: perspectiva de influencias separadas. Por ejemplo, los padres se encargan del buen comportamiento de sus hijos y los maestros de enseñarles a leer y a escribir. Pero lo que actualmente se defiende como más adecuado es la denominada perspectiva de influencias superpuestas, es decir, la complementación y refuerzo de las competencias que se aprenden tanto en el contexto familiar como en el escolar.

  Pero, ¿hay alguna enseñanza exclusiva de la familia? Realmente muy pocas, quizá el tipo de religión (o de ateísmo) propio de cada familia, en otras palabras, la enseñanza de valores básicos. En ese terreno, consideramos que la escuela debe tener un absoluto respeto o, al menos, tolerancia. Claro, siempre y cuando, esa religión, ateísmo o valores básicos no atente a los Derechos Universales. Por ejemplo, ¿no rendir los honores a la bandera mexicana atenta a la Declaración de los Derechos Universales? ¿qué debería hacer la escuela cuando una familia por motivos religiosos o ideológicos no quiere que su hijo rinda honores a la bandera mexicana? En nuestra humilde opinión: nada, no se puede obligar a un niño en este tema si su familia no quiere. Por la simple razón, que la libertad de creencia promulgada por los Derechos Universales está por encima de los contenidos curriculares ofertados por un país. Pero lo que no se puede tolerar, es que un padre maltrate física o psicológicamente a sus hijos porque eso si está penado en México y está totalmente en contra de la Declaración de los Derechos Universales.

  Esto son solo dos ejemplos de los mil conflictos que podemos encontrar en la relación entre escuela y familia. Lo importante es tener claro las estrategias para resolverlos o, al menos, para “amortiguarlos”. Una  estrategia básica es que los maestros conozcan a las familias. Para ello, pueden hacer entrevistas grupales o individuales tanto a las familias como a sus propios alumnos o aplicar encuestas con preguntas abiertas y cerradas. Por supuesto, es un tema delicado. Pero el maestro que no tenga en cuenta este factor, decididamente no va a poder dar una enseñanza eficaz.

 Más ejemplos, si no sabemos que un alumno está deprimido por la separación de sus padres no podremos “amortiguar” esa situación para que no le afecte a su aprendizaje o, al menos, no le afecte tanto. Quizá diga un maestro: ¿es que ésa no es mi función? Aquí le contestaríamos que el “paradigma” de las funciones ya se ha superado por el de las “competencias y los objetivos”. La escuela y la familia comparten un mismo objetivo: desarrollar las máximas potencialidades de los alumnos. Por lo tanto, todos debemos luchar por conseguir esos objetivos mejorando nuestras competencias y responsabilidades propias como padres, maestros o psicólogos y pedagogos. Si el centro cuenta con un Equipo Psicopedagógico o Departamento de Orientación Educativa, el maestro puede pedir apoyo y consejo en estos temas. Si el centro no cuenta con estos servicios, entonces el maestro tendrá que buscar la forma de conocer y ayudar a las familias de sus alumnos en la medida de sus posibilidades.

  Como ven, la relación entre la familia y la escuela puede ser de colaboración, distanciamiento o, incluso, conflicto. Pero también existe el conflicto dentro de la escuela y con relación a otros profesionales como psicólogos o pedagogos.

  En el libro: “La práctica del asesoramiento educativo a examen” del que soy orgullosamente coautor junto con expertos en el tema como Carles Monereo y Juan Ignacio Pozo, se detalla una investigación en el que se estudiaron los encuentros y desencuentros entre psicólogos, pedagogos y maestros. Los resultados son altamente interesantes.

   Uno de los problemas de los psicólogos y pedagogos es que, a veces, se “hiperresponsabilizan”, es decir, como no están de acuerdo en algunas actuaciones de los maestros, sacan al niño o al joven del aula para trabajar directamente con ellos. Esto es un arma de doble filo, entre mil razones, porque el alumno pierde su clase y el maestro pierde su autoridad. Lo ideal es que el psicólogo o pedagogo asesore al maestro dentro y fuera de la clase. Algunos maestros dirán: “Pero si hablan dentro, interrumpirán y pararán la clase”. Pero cuando el maestro trabaja desde un enfoque por proyectos (García Fraile y Tobón, 2009), donde los alumnos tienen espacios de trabajo autónomo individual o en equipo, el psicopedagogo y el maestro pueden aprovechar esos momentos para hablar y, a la vez, para que el psicopedagogo conozca a los alumnos en su ambiente natural. Hay un viejo proverbio que dice que si das un pescado a un pobre le alimentas un día, pero que si le enseñas a pescar le alimentas toda la vida. En palabras educativas, si un psicólogo o pedagogo mejora la competencia de un alumno, logra un punto (por así decirlo), pero si mejora la competencia de un docente, logrará ayudar indirectamente a los miles de alumnos con los que trabajará ese docente.

  Otro problema de los psicólogos y pedagogos, entre los que, por cierto, me incluyo, es el denominado “Teorías Injustas”, es decir, la típica situación en que el psicólogo o pedagogo le dice al maestro o al padre: “lo que sucede es que tu hijo necesita un ambiente de mayor libertad sin perder la responsabilidad y la exigencia”. Y el maestro y el padre se quedan pensando: “¿y esto cómo se hace? A veces, los psicólogos y pedagogos decimos lo que hay que hacer pero no cómo, es decir, con qué pasos y estrategias vamos a solucionar el problema.

  Para ello, habría que hacer un trabajo colaborativo de discusión, propuestas y seguimientos de la mismas. Por ejemplo, el padre puede decir: “Yo no sé cómo poner límites a mi hijo” y el psicólogo contestar: “eso no es cierto, estoy seguro de que ya les has puesto algunos límites, quizá no todos los que te gustaría pero seguro que ya hay límites”. Y el profesor añadir: “fíjense, Luisito, me dice que le ayuda mucho cuando su mamá le  pide que primero haga la tarea y luego ya juegue a lo que quiera, ése es un límite, ¿no? ¿cómo podríamos poner más sin coartar la libertad de Luisito?”. De esta forma, entre todos se va aclarando el problema y dando soluciones.

  Pero para establecer un trabajo colaborativo, algo que deberían tener claro las escuelas y los padres es el tipo de relación que van a establecer. Esta relación debe ser democrática y clara para todos, también para los alumnos. No vale el “porque lo digo yo”, eso no es educativo, aunque hasta haya libros con ese título. Esta claridad llega cuando se definen de forma precisa los derechos y deberes de cada uno de los implicados (y las consecuencias de no cumplir con ellos): directivos, maestros, psicólogos y pedagogos, padres y, por supuesto, el centro de las escuelas: los alumnos (sin olvidar otros profesionales como intendentes, administrativos, entre muchos otros). Esta definición de derechos y deberes, como hemos hecho en alguna escuela, se puede realizar en las mismas clases con los alumnos y en reuniones con padres y profesores. Una vez que se llegan a acuerdos, se pueden poner en carteles por toda la escuela. De esta forma, todos saben a qué atenerse, no sólo los alumnos.

 
  ¿Qué más aspectos tiene que tener una relación colaborativa? Por supuesto, el respeto, es decir, que todos valoremos el conocimiento de los demás y sepamos que sin él, no se pueden tomar decisiones. Por ejemplo, ante un problema de fracaso escolar de un alumno (o mejor dicho, de la escuela con ese alumno) debemos volver a la Teoría de Sistemas y preguntarnos:

  •     Respecto al alumno: ¿tiene un problema de falta de conocimiento previo, de falta de motivación, de falta de estrategias de aprendizaje, etc.?


  •      Respecto al maestro: ¿la planificación didáctica es adecuada para este alumno? ¿va demasiado rápido o demasiado despacio? ¿los contenidos de enseñanza son significativos y funcionales (prácticos) o meramente teóricos?


  •         Respecto a psicólogos y pedagogos (si la escuela cuenta con ellos): ¿se está apoyando de forma adecuada a los maestros o se les está sobreprotegiendo sacando al niño de clase? ¿los materiales de apoyo a los maestros son claros y eficaces para resolver sus problemas?


  •       Respecto a los directivos: ¿se está realizando una organización flexible para apoyar la diversidad de capacidades, intereses y preferencias de maestros, padres y alumnos?


  Para terminar, es muy interesante las conclusiones de Alfredo Oliva y Jesús Palacios (2005), investigadores españoles, después de realizar múltiples encuestas a maestros y padres. Su conclusión fue que los maestros se quejan con frecuencia de la baja participación de los padres en la educación de sus hijos, pero, por otra parte, los padres quieren ayudar a sus hijos y no saben ni cómo ni cuándo hacerlo. Esto es un punto clave en el conflicto entre padres y escuelas. Por ejemplo, a veces los padres no van a las citas de la escuela, pero muchas veces esas citas se ponen sin tener en cuenta su horario laboral. Hay que hacer un esfuerzo, como en los matrimonios largos, de acercar posiciones y superar antiguas inercias. El resultado será un niño feliz, ¡merece la pena!

Dr. David de la Oliva Granizo
Director del Área de Educación en Arebri Consultores.
Consultor en Psicopedagogía
culturasinclusivas@hotmail.com


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